15 nov 2010

G y G

-¿Como era ella?-
-Había chicas más atractivas, pero, sin embargo, no eran más guapas. Destacaba su sonrisa, su puta sonrisa. A veces parecía que a través de su sonrisa la vida me pedía perdón por todo lo que me había ocurrido y me ocurriría. Tú la viste, sus dos ojos eran dos zafiros, dos Gemmas azules. Pero fuera de esto, era un libro de miedos y manías. Al principio no podía aguantarlas, pero después causa tanta influencia en mí que acababa yo mismo teniéndolas, es más, acabaron encantandome. Respecto a los miedos, nadie sabía ni uno de ellos, parecía super confiada cada vez que hacía alguna cosa, vivía con un aura de metro y medio a su alrededor, que a mi, personalmente, me costo casi un año romper del todo, pero que nadie podía penetrar. Casi nadie la había visto llorar, aunque todo el mundo la veía reír a carcajadas. Siempre tenia razón, siempre tenia que tener razón. Era nervio puro, yo siempre lo achaque a o tres o cuatro cafés que bebía por día, pero al final me di cuenta de que era parte de su idea de mantenerse viva. La persona más sociable que conozcas, nunca tenía una mala mirada, ni una mala cara con nadie, nunca nadie le caía mal, y sobre todo le sonreía a todo el mundo, incluso a la gente que no conocía por la calle. Alguna vez le vi rechazar a algún tío, en alguna barra de Malasaña, con un sonrisa de oreja a oreja y con dos o tres "lo siento" por frase. Era el máximo exponente de la chica guapa y intocable, de rojo, del final de tu clase. La que nadie sabe su nombre, pero todo el mundo jura que le ha sonreído. Le encantaba tener el control de las cosas, nunca nada se le podía ir de las manos y siempre sabía que me pasaba por la cabeza, aunque siempre se hacia la tonta y parecía lo contrario. Acabe acostumbrándome a su extravagante presentación: "Hola, Gemma, con dos emes por favor".

-¿Como era él?
-Había chicos más guapos, pero sin duda no más atractivos. Siempre tenia cara de pena, no le gustaba sonreír, muchas veces me obligó a tirarle de los mofletes para ver como era su cara con una sonrisa. Le encantaba mirarme fijamente a los ojos, creía que así me leía el alma o algo así, ¡Como si eso fuera posible! Era una persona muy solitaria, cuando le conocí a penas había tenido relaciones, era muy patoso con las chicas. Casi adorable. Pero es que tampoco tenía amigos, el típico chico raro, interesante pero raro, que se sienta al final de clase y no coge apuntes, sino simplemente mira por la ventana, y de vez en cuando coincide su miraba con la tuya, porque no puedes dejar de mirarlo. Le encantaba la ficción, aunque conseguí que viera películas románticas y leyera libros otro tipo de libros. La conseguí meter dentro de mi ultrarrealidad. Cuando le presentaba a alguien siempre daba la mano floja y miraba hacia otro lado, a penas se le oía cuando decía su nombre. Era un chico raro, sin embargo las cosas que hacía eran las típicas de un chico de 20 años. Le gustaba correr, el deporte en general, las series americanas, Starbucks, y hablar sobre literatura y filosofía. Lo que más me sorprendía de él, era su capacidad de cambiar de opinión en pocos segundos sobre cualquier tema, y que siempre me diera la razón, siempre creyó que me encantaba. De hecho me encanta, pero nunca lo digo. También me sorprendía su manera que tenia de abrirse como un libro abierto a las pocas, muy pocas personas, con las que hablaba. Era difícil no conocerle. Pero más difícil era no querer conocerle.

14 nov 2010

Dos

Había llamado cien veces a ese timbre, esperado en ese portal un numero incontable de días. Y esa tarde era la primera en la que se fijaba que el numero dos, de segundo derecha, su segundo derecha, estaba torcido.

Esa tarde estaba particularmente nerviosa, normalmente su hiperactividad se basaba en saltos a la cama mezclados con algún pellizco o codazo involuntario, pero aquella tarde añadía carreras tontas por el pasillo, bromas a su hermana casi sin sentido, y besos locos por toda la cara de él. Evidentemente ya sabia que algo pasaba, no era difícil  ver cuando ella mascullaba algo importante, él siempre se hacía el tonto y le seguía el juego, pero aquel día cambio de opinión y decidió acostarse a leer a esperar que ella se le acercara, cerrara la puerta y empezara un monologo de dos. Cansado de esperarla, a las dos horas, la cogió por el brazo y cerro él la puerta.
-Cuéntamelo- Ella le contestó simplemente mordiéndose el labio y con una mirada contrariada.

-¿A donde va esto, Gabriel?- Él ya había conseguido tranquilizarla, y con la pequeña cabeza de ella sobre su pecho le acariciaba el pelo. Llevaban más de media hora hablando de algún tema que nadie recordaría.

Cuando se levantó, dejándola a ella en una posición rara sobre la cama, sonaba una canción rockera de lo que parecía Sabina. Él ya había sacado ese tema infinidades de veces, con su característica sutilidad de hormiga, pero ella, con su característica sutilidad paquidérmica, zanjaba los temas. La relación, una vez más y como tantas cosas, se movía al ritmo de sus ojos azules. Dio un largo suspiro, la miró y se dispuso a recitar el guion ya aprendido para esa ocasión. Pero en el último segundo, y mientras retumbada aquella frase en su cabeza, lo cambio por dos palabras, por ocho letras.

9 nov 2010

UveDoble

-Te vas a resfriar, entra dentro a ver la peli.

No le interesaba para nada la enésima reedición de Titanic. Había salido al balcón a leer, como hacia siempre, daba igual inviernos o veranos. Siempre se despistaba con la gente que pasaba. Tonta manía. Le doblo una esquina a Marquez y coloco su mentón encima de la mano, la del tatuaje, y perdió en la mirada en aquel chico de blanco. Flotaba como en una nube, pantalones caídos, sudadera ancha blanca, Converses y un gorro Billabong, azul, feo, muy feo. Iba andando y cada paso lo hacia como con si llevara un muelle en los pies, al compás de la música, pensó que sonaría una canción de MGMT en sus cascos. Que iba pensando en la noticia de esta mañana de que saldría un disco nuevo de ellos, o a lo mejor los llevaba apagados, con ese frió no era raro no sacar las manos para nada, y que iba absorto en el recuerdo de unos ojos como los de ella. A lo mejor sabia que le estaban observando y su leve contoneo solo se debía a que se había dado cuenta de que alguien le miraba y estaba actuando. O simplemente llegaba feliz a casa después de un día duro de trabajo, estudio o deporte. De pronto en una de las absorciones al compás musical casi choca con la vecina del tercero, una señora mayor muy amable, muy entrometida y muy alegre. Esa mujer que a él ya no le interesaba, solo le interesaba la gente que aun demostraba un misterio, que podía imaginarse como eran, o como serian en su mundo ficticio, en su cabeza. No le gustaba conocer gente, nunca se cumplía la totalidad de las cosas que pensaba de esas personas, y eso le frustraba. Las personas les gustaban más como el se las imaginaba. 

Había vuelto a absorberse en el libro cuando ella salió por detrás. Le quitó el libro de las manos a la vez que le mordía en el hombro.

-Has leído este libro ya tres veces. Como odio la ficción.
-La ficción es la cara buena de la realidad- Contestó él mientras se daba a vuelta- Sin ficción no existiria la realidad.
-Te equivocas, simplemente se refugian en ella. Es fácil escribir algo que no has vivido, lo difícil es hablar de lo que sientes y saber hacerlo bien. Siempre nos refugiamos detrás de una mascara y de dos mil capas de escudos reflectores. Solo dejamos ver los defectos de los demás y nunca los nuestros. La ficción esconde aun mas esas capas y solo deja ver un mundo en el que los errores de la gente no tiene repercusión. Porque no son reales. 

El solo pudo mirar hacia arriba, mientra sonreía y se mordía el labio. "Siempre tiene que tener una opinión por encima de mí, le encanta tener razón"

-Ahora ven dentro, que vas a acabar como Di Caprio en la peli. Y yo no pienso dejarte mi trozo de madera sino te lo ganas- Puso una de sus sonrisas y le cogió de la mano tirando de él hacia dentro. 

8 nov 2010

Camisa a cuadros

Solo podía recordar aquella camisa a cuadros vieja, muy vieja. Ella nunca llevaba camisas, todo lo contrario, pero aquella noche, con su canción preferida de fondo, Non je ne regrette rien, esa que siempre cantaba por la calle, esa que tenía de tono en el móvil, y sobretodo esa que había sido la banda sonora que después presidiría su ruptura, apareció por su puerta, empapada. Aquella seria la primera noche que ella perdía la camisa, la camisa y el miedo. Ese miedo irracional. Ese que siempre aparecía, cuando las manos sobrepasaban el limite, para contradecir su seguridad férrea, su autosuficiencia, su soberbia. Primero solo sintió el calor de su cuerpo, siempre pensó que era como una pequeña estufa, pero después se dio cuenta de su temblor, de su indecisión. La miro a los ojos un momento, y todo lo que tenia que decirse se dijo en silencio, en el más absoluto y temeroso silencio.

Él siempre tenia la capacidad de hacer que se olvidara de todo, ni sus ideales, ni su pasado, ni mucho menos su futuro podía penetrar cuando se encerraban, sin pestillo, sin seguro, en su habitación, la de ella. Sus ojos le infundían el calor que necesitaba, el justo y necesario, y cuando no eran suficientes su mano izquierda hacia el resto. Hacia unas horas que su camisa, la de papa, había acabado en el suelo. Entonces el pánico la había invadido, más que nunca desde que se veían, había sentido perder el control de una situación por primera vez en tres meses. Siempre era una chica modelo, de las que pueden hablarte de cualquier tema y no desentonar, pero solo tenía un punto débil, que a ningún chico le había dejado descubrir, pero que Gabriel le había pillado desde la primera noche que las cosas pasaron el limite de la amistad. Antes incluso de que sus amigas supieran que existía. Antes de que él le mordiera en el cuello por primera vez. Y sobretodo antes de que la viera llorar por primera vez.

-El miedo siempre es infundado, nada debería ser capaz de provocarnos miedo, pero sin embargo tememos a las mayoría de las cosas.
-Pero es que no puedo evitarlo.
-No tienes que evitarlo, ya estoy yo para eso. 


2 nov 2010

Yin, Yang.

De tan diferentes, eran iguales.


"Al principio hay deseo, luego pasión, luego sospecha, celos, ira, traición. Cuando el amor es para el mejor postor no se puede confiar, y sin confianza, no hay amor. Los celos, si, los celos, te volveran loco " Moulin Rouge

Era 7 de Marzo. Abrió sus pequeños ojos azules, aun estaban un poco pegados. Ayer había sido un buen día, con una culminación perfecta, alocada, pero perfecta. Recodaba con todo detalle el momento que perdieron la cordura en aquel coche, mientras de fondo sonaba una canción de Lori Meyers. Ella era una experta en eso de mantener el control, era una experta en controlar relaciones. Demasiado sufrimiento, o lo que la gente llama así, había pasado ya. Pero esa noche, y esa relación se le iban de las manos. Él se le iba de las manos, era más de lo que podía pedir a veces, y ella pensaba ser menos de lo que él quería. Nunca se lo dejaría ver, pero lo sentía así. Siempre había pensado que viviría sola, y moriría en un final como el de Seven, con su apocalipsis y su apoteosis. Últimamente había empezado a pensar en vestidos blancos, y niños pequeños. Algo más de mujeres, dicen. 

-No fuiste elegida al azar- Le dijo mientras le aplastaba la nariz.
-No creo en el azar, ya sabes- Contestó ella.

" Las ganas de inventar y  un ¡Atiza! al cielo,
marcarán la frontera de mi razón.
Y un arsenal de paciencia y celos
nos recuerdan las chicas no pagan dinero"  Vetusta Morla - Los buenos 

Era 7 de Marzo. Le encantaba que lo primero que viera al despertar fuesen sus ojos. Su muñeca, la de la W, estaba junto a la suya, la de las dos emes. No quería recordar lo de ayer, seguro que ella pensaba que había sido demasiado fogoso. Él era un inexperto en eso de mantener a raya sus emociones, era un inexperto en las relaciones. Pero con ella parecía fácil, todo salia sin planearlo, sin pensarlo. -"Ella es una de esas chicas que van de jipis, y acabaran casadas de blanco y por la Iglesia" -Le habían dicho una vez. Nunca pensó que podría casarse, no quería pensar una cosa así -"Por dios"-Pensó. No le daba miedo el compromiso, pero no estaba bien pensar en esas cosas que después salen mal. Él sólo quería saber cuanto azúcar le apetecía en el café, era un síntoma de su estado de animo, y donde irían esa noche a cenar, lo demás estaba demasiado lejos como para ni siquiera tenerlo en cuenta. A lo mejor era momento de ser romántico. Es cosa de hombres, dicen.