21 oct 2010

La ley de Murphy

Cuando ella decía que sí, él siempre pensaba que le mentía. Cuando ella decía que estaba llegando, él sabía que tendría que esperar más de trece minutos. Siempre que intentaba discutir con ella, le decía no seas tonto, sacando una sonrisa y besándolo en la mejilla. "Así es imposible" se repetía a menudo. Desde fuera parecía la persona más feliz del mundo. Sus pocos amigos nunca le preguntaban por ella. Ella era su vida paralela, la que siempre le había completado la falta de compañía que sentía desde que era pequeño.
No sabía como en su cabeza podía ponerse aquel pensamiento. "Así es imposible". Ese pensamiento llevaba atormentándolo varias noches. Se repetía a si mismo que era una locura, que no podía vivir sin ella. Pero ¿ y si, sí podía hacerlo? ¿Y si su vida fuera mejor sin el tormento que le provocaban sus mil manías? ¿Sin tener que decirle que no se mordería la uñas? ¿Sin tener que decirle que no dibujara con el dedo en el vaho del espejo? ¿Sin tener que decirle que no llegara tarde siempre? ¿ Sin tener que decirle que para él con tomar un café al día era suficiente? ¿Sin tener que estar arracándole los te quieros?... ¿Sin poder abrazarla cuando volviera de clase y que ella se riera de sus quejas? 
Algo le contesto a todas esas preguntas. Le sonó muy profundo, muy dentro de él, pero extrañamente sonó su dulce voz, la dulce voz de ella: "No sería tu vida, seria la de otro que no la tuviera a ella".

Descolgó el teléfono y marcó el numero que se sabía de memoria. Al otro lado de la ciudad una mano femenina con dos pequeñas emes tatuadas en la muñeca contestó:

-¡Dígame!.
-¿Sabes que te quiero, ojitos azules?
-Ja, ¡Siempre has sido un cursi!- Esas palabras lejos de crisparle arrancaron la sonrisa que necesitaba ese día. Y volvió a recordar aquella frase "Con dos emes por favor" 


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